Mara
Era uno de esos
baches de tiempo en los que el tiempo estaba ausente. No era posible hallarlo
en ningún rincón, ni las palabras parecían verse afectadas por su paso.
Todo transformábase
en una monotonía lenta y pesada. El aire se hacía espeso y en él quedaban
atrapados suspiros que se hacían eternos.
Era eso, la
densificación, lo que más le molestaba. La ponía rara, especial, en un estado
de constante infinidad.
Siempre era
igual, siempre. Desde chica nunca había podido superar el efecto de esa
película. La miraba año tras año, esperando encontrar en ella esencias
diferentes, específicas. Sin saber por qué, buscaba en ella respuestas, y sin
saber cómo, siempre terminaba con más preguntas.
Era una de esas
tardes en las que Mara había decidido someterse al poder de esa película. Era marzo,
mes de por sí gris. Las huellas de un
verano tumultuoso la habían dejado agotada.
Hoy como muchos
otros días, Mara no había entendido. Hoy había sentido nuevamente esa energía
extraña, potente, pero fugaz que aparecía de vez en cuando, cuando su abuela
venía de visita a su casa, la de sus tías.
Hoy Mara había
puesto en duda nuevamente las historias que desde chica sus tías le contaban,
de cómo fue que sus padres dejaron el mundo en el que ella vivía, de cómo una
tarde de lluvia, justo a las seis de la tarde, hora en la que ellos habían
decidido salir con el auto, justo un
camión que no tenía frenos, el asfalto resbaladizo y la distracción natural de
la gente enamorada habían dado como resultado a la muerte misma.
Hoy Mara
abrumada, tras un comentario de la abuela había dejado la mesa y había subido a
su cuarto. Con las lágrimas en la garganta había encendido el proyector y
puesto la película.
Empezaba siempre
igual: una chica joven, embarazada, sentada en el jardín, se la veía feliz, al
poco tiempo aparecía él y juntos disfrutaban la tarde. Conversaciones, planes,
besos, todo compartían, se querían, eso estaba claro. Estaban allí, uno los
podía ver, era lunes a la tarde, el tiempo todavía era como nosotros lo
conocemos, en un par de meses, quizá cuatro nacería la hermosa niña que
esperaban.
Cuatro meses,
parecía tan poco, tan cercano, tan tangible.
Él era escritor,
ella actriz y juntos soñaban con transformar el mundo.
Él escribía
siempre, y ella le ponía la pasión que él no conseguía. Jugaban juntos, sí,
jugaban como chicos, los grandes. Era eso la felicidad.
Mara muchas
veces dejaba de ver en ese momento, dejaba de ver porque hasta ahí podía
comprender todo, el tiempo estaba claro.
Hoy fue uno de
esos días en los que Mara no se conformó con lo que entendía, hoy Mara quiso ir
más allá, con las lágrimas ya rodando por su mejilla dejó correr la película y
se acomodó mejor para comprender mejor.
Se podía ver cómo
el tono de la película se tornaba gris, era marzo ya, era media noche, se los veía agitados
escondiendo libros, él ya con pelo corto y bien afeitado. Ella triste, se le
notaban encerradas en su pecho las ganas de gritar y salir corriendo. Él la
miraba, esto no era lo que le había prometido. Ella suspiraba y lo miraba, no
lo culpaba.
El tiempo era
confuso, ya el día no alcanzaba y la noche era miedo. Sí, miedo. Pocas eran las
noches que dormían y durante el día dormir se tornaba imposible. El tiempo se
transformó, como se transforma el cielo cuando está por llover, y lo peor,
ellos no podían controlarlo. Comenzó a pasar muy lento, cada hora era fugaz y
al mismo tiempo interminable, horas enteras se pasaba ella mirando el reloj,
esperando que él lleguara a casa. Ella no salía, por el embarazo, él no la
dejaba.
Ella miraba el
reloj de 10 de la mañana a 8 de la noche, era así día a día, mes a mes, y más
aún marzo
Era uno de esos baches de tiempo en los que el
tiempo estaba ausente. No era posible hallarlo en ningún rincón, ni las
palabras parecían verse afectadas por su paso.
Todo transformábase
en una monotonía lenta y pesada. El aire se hacía espeso y en él quedaban
atrapados suspiros que se hacían eternos.
Era eso, la
densificación, lo que más le molestaba. La ponía rara, especial, en un estado
de constante infinidad.
Mara puso pausa.
Mara se sentía rara, el comentario de su abuela seguía en su mente como en sus
lágrimas, lo había dicho claro, había dicho: “No se fueron, se los llevaron”.
Se levantó y fue a buscar a su cajón, ese que
ella conocía muy bien, fue a buscar una
foto, la única que tenía de su mamá y su papá. “Eran lindos”, pensó.
Se quedó
contemplando la imagen un rato, no sabe ella cuánto, mientras más los miraba
más se daba cuenta lo poco que los conocía y lo mucho que hubiese querido verlos.
Sintió de nuevo ese vacío que la visitaba cada tanto, ese conocido que ya no
tocaba ni preguntaba para entrar. Estaba ahí nuevamente, el vacío haciéndole
compañía.
Miró la foto, y puso play.
Se la podía ver
con lágrimas en los ojos, ya sin la panza de embarazada, caminando alrededor de
la mesa de la cocina, se la podía oír temblar y se la podía ver luchando contra
el tiempo para que pasara más lento, para que esos últimos minutos le dieran
tiempo, para que esos últimos minutos lo esperen para que llegara temprano a
comer.
El tiempo
avanzaba y ella solo daba vueltas, no podía dejar de pensar en él, en su bebé… Su bebé, ¿qué haría? No
quería ni considerar la posibilidad de tener que dejarla, era suya, era de
ellos, no quería ni pensar la posibilidad de no poder verla crecer o peor aún,
la posibilidad de que no creciera, que no le alcanzara el tiempo que tenían, el
tiempo que ellos le habían podido dar, ojalá hubiese sido más… no, no podía
permitirse ni considerar esos pensamientos.
En un ataque
impulsivo, así como suelen venir, de repente, se decidió, salió corriendo de la
casa, “unos segundos nada más” se dijo a ella misma, después se quedaría a
esperar como él le había pedido. Salió de su casa implorando que el tiempo no
la traicionara, corría por la calle desesperada, buscándolo, corría distinto,
apurada, corría de una forma “subversiva” como le justificaron después los
hombres de uniforme….
Mara parpadeó,
miró hacia sus costados, sintió un vacío nuevo, que nunca había sentido, un
vacío que anunciaba quedarse para siempre a partir de ahora, un vacío que le
iba a costar llenar, miró para el
costado y vio los barrotes blancos como siempre, miró para arriba y vio las
estrellitas de colores que siempre le habían gustado, entonces Mara no entendía.
De repente
golpes, como los que había escuchado una vez que a su mamá se le habían caído
unas cajas, podía escuchar pasos, pero desde donde estaba no llegaba a ver.
Los vio de
repente entrar en su cuarto, parecían soldaditos de plomo como los de dibujito,
pero estos no parecían buenos…
Mara miraba
desde su cuna a los hombres grandes que extrañamente abrían los cajones, las
puertas, todo. Mara tenía miedo, un hombre se le acercó, con una sonrisa rara,
una que Mara no había visto nunca en su papá ni en su mamá, el hombre la agarró
fuerte, muy diferente a como la alzaban su mamá y su papá. La envolvió en algo
y Mara empezó a llorar y su vacío se hizo más grande, tan grande como el
tiempo.
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