lunes, 8 de julio de 2013

Cuento de Jimena

Mara

Era uno de esos baches de tiempo en los que el tiempo estaba ausente. No era posible hallarlo en ningún rincón, ni las palabras parecían verse afectadas por su paso.
Todo transformábase en una monotonía lenta y pesada. El aire se hacía espeso y en él quedaban atrapados suspiros que se hacían eternos.
Era eso, la densificación, lo que más le molestaba. La ponía rara, especial, en un estado de constante infinidad.
Siempre era igual, siempre. Desde chica nunca había podido superar el efecto de esa película. La miraba año tras año, esperando encontrar en ella esencias diferentes, específicas. Sin saber por qué, buscaba en ella respuestas, y sin saber cómo, siempre terminaba con más preguntas.
Era una de esas tardes en las que Mara había decidido someterse al poder de esa película. Era marzo, mes  de por sí gris. Las huellas de un verano tumultuoso la habían dejado agotada.
Hoy como muchos otros días, Mara no había entendido. Hoy había sentido nuevamente esa energía extraña, potente, pero fugaz que aparecía de vez en cuando, cuando su abuela venía de visita a su casa, la de sus tías.
Hoy Mara había puesto en duda nuevamente las historias que desde chica sus tías le contaban, de cómo fue que sus padres dejaron el mundo en el que ella vivía, de cómo una tarde de lluvia, justo a las seis de la tarde, hora en la que ellos habían decidido salir con el auto,  justo un camión que no tenía frenos, el asfalto resbaladizo y la distracción natural de la gente enamorada habían dado como resultado a la muerte misma.
Hoy Mara abrumada, tras un comentario de la abuela había dejado la mesa y había subido a su cuarto. Con las lágrimas en la garganta había encendido el proyector y puesto la película.
Empezaba siempre igual: una chica joven, embarazada, sentada en el jardín, se la veía feliz, al poco tiempo aparecía él y juntos disfrutaban la tarde. Conversaciones, planes, besos, todo compartían, se querían, eso estaba claro. Estaban allí, uno los podía ver, era lunes a la tarde, el tiempo todavía era como nosotros lo conocemos, en un par de meses, quizá cuatro nacería la hermosa niña que esperaban.
Cuatro meses, parecía tan poco, tan cercano, tan tangible.
Él era escritor, ella actriz y juntos soñaban con transformar el mundo.
Él escribía siempre, y ella le ponía la pasión que él no conseguía. Jugaban juntos, sí, jugaban como chicos, los grandes. Era eso la felicidad.

Mara muchas veces dejaba de ver en ese momento, dejaba de ver porque hasta ahí podía comprender todo, el tiempo estaba claro.
Hoy fue uno de esos días en los que Mara no se conformó con lo que entendía, hoy Mara quiso ir más allá, con las lágrimas ya rodando por su mejilla dejó correr la película y se acomodó mejor para comprender mejor.
Se podía ver cómo el tono de la película se tornaba gris, era marzo ya,  era media noche, se los veía agitados escondiendo libros, él ya con pelo corto y bien afeitado. Ella triste, se le notaban encerradas en su pecho las ganas de gritar y salir corriendo. Él la miraba, esto no era lo que le había prometido. Ella suspiraba y lo miraba, no lo culpaba.
El tiempo era confuso, ya el día no alcanzaba y la noche era miedo. Sí, miedo. Pocas eran las noches que dormían y durante el día dormir se tornaba imposible. El tiempo se transformó, como se transforma el cielo cuando está por llover, y lo peor, ellos no podían controlarlo. Comenzó a pasar muy lento, cada hora era fugaz y al mismo tiempo interminable, horas enteras se pasaba ella mirando el reloj, esperando que él lleguara a casa. Ella no salía, por el embarazo, él no la dejaba.
Ella miraba el reloj de 10 de la mañana a 8 de la noche, era así día a día, mes a mes, y más aún marzo
 Era uno de esos baches de tiempo en los que el tiempo estaba ausente. No era posible hallarlo en ningún rincón, ni las palabras parecían verse afectadas por su paso.
Todo transformábase en una monotonía lenta y pesada. El aire se hacía espeso y en él quedaban atrapados suspiros que se hacían eternos.
Era eso, la densificación, lo que más le molestaba. La ponía rara, especial, en un estado de constante infinidad.

Mara puso pausa. Mara se sentía rara, el comentario de su abuela seguía en su mente como en sus lágrimas, lo había dicho claro, había dicho: “No se fueron, se los llevaron”.
 Se levantó y fue a buscar a su cajón, ese que ella conocía muy bien, fue a buscar una  foto, la única que tenía de su mamá y su papá. “Eran lindos”, pensó.
Se quedó contemplando la imagen un rato, no sabe ella cuánto, mientras más los miraba más se daba cuenta lo poco que los conocía y lo mucho que hubiese querido verlos. Sintió de nuevo ese vacío que la visitaba cada tanto, ese conocido que ya no tocaba ni preguntaba para entrar. Estaba ahí nuevamente, el vacío haciéndole compañía.
 Miró la foto, y puso play.
Se la podía ver con lágrimas en los ojos, ya sin la panza de embarazada, caminando alrededor de la mesa de la cocina, se la podía oír temblar y se la podía ver luchando contra el tiempo para que pasara más lento, para que esos últimos minutos le dieran tiempo, para que esos últimos minutos lo esperen para que llegara temprano a comer.
El tiempo avanzaba y ella solo daba vueltas, no podía dejar de pensar  en él, en su bebé… Su bebé, ¿qué haría? No quería ni considerar la posibilidad de tener que dejarla, era suya, era de ellos, no quería ni pensar la posibilidad de no poder verla crecer o peor aún, la posibilidad de que no creciera, que no le alcanzara el tiempo que tenían, el tiempo que ellos le habían podido dar, ojalá hubiese sido más… no, no podía permitirse ni considerar esos pensamientos.
En un ataque impulsivo, así como suelen venir, de repente, se decidió, salió corriendo de la casa, “unos segundos nada más” se dijo a ella misma, después se quedaría a esperar como él le había pedido. Salió de su casa implorando que el tiempo no la traicionara, corría por la calle desesperada, buscándolo, corría distinto, apurada, corría de una forma “subversiva” como le justificaron después los hombres de uniforme….
Mara parpadeó, miró hacia sus costados, sintió un vacío nuevo, que nunca había sentido, un vacío que anunciaba quedarse para siempre a partir de ahora, un vacío que le iba  a costar llenar, miró para el costado y vio los barrotes blancos como siempre, miró para arriba y vio las estrellitas de colores que siempre le habían gustado, entonces Mara no entendía.
De repente golpes, como los que había escuchado una vez que a su mamá se le habían caído unas cajas, podía escuchar pasos, pero desde donde estaba no llegaba a ver.
Los vio de repente entrar en su cuarto, parecían soldaditos de plomo como los de dibujito, pero estos no parecían buenos…
Mara miraba desde su cuna a los hombres grandes que extrañamente abrían los cajones, las puertas, todo. Mara tenía miedo, un hombre se le acercó, con una sonrisa rara, una que Mara no había visto nunca en su papá ni en su mamá, el hombre la agarró fuerte, muy diferente a como la alzaban su mamá y su papá. La envolvió en algo y Mara empezó a llorar y su vacío se hizo más grande, tan grande como el tiempo.


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