La cantina de José
Mi nombre es José, soy dueño de una cantina en Almagro. Y si me lo permiten, les voy a contar una historia, podríamos decir, dolorosa, pero quien no tiene una historia dolorosa para contar.
Uno de mis clientes, Javier, desde hacía tiempo venía a la cantina a tomar hasta no poder. Su casa, una hermosa mansión, está ubicada justo acá enfrente. Debo decirles que siempre me pareció un hombre misterioso, y de él solamente sabía su nombre y que tenía una familia… Me resultaba extraño verlo por mi cantina tres veces por semana y sin compañía. No era como el resto de los borrachos que pasan por aquí todos los días a tomar de los tragos más baratos. Se quedaban en la barra unas cuantas horas “Dale, servime otro, el último y me voy” decían repitiendo siempre el último del último para luego irse desalineados. Javier siempre se aparecía con su saco y corbata, se pedía unos cuantos martinis y luego de un par de horas se iba.
Un miércoles lluvioso, me arrimé a hablarle aprovechando que en la radio no había nada interesante para escuchar y tampoco tenía mucho para hacer. Se dio también que había poca clientela y mi empleado se encargaba de atenderlos. “Servime otro, como hace tu jefe, hasta arriba, sin cuello!” le decían con los ojos brillosos y soñadores a mi empleado. A Javier le invité un trago y le pregunté cómo le iba en la vida. Me contó que es escribano y que no podía quejarse de su posición, le va muy bien. Y fue agregando sobre su esposa e hijos y todo sonaba demasiado ideal. Parecía un hombre realizado y con una vida plena. ¿Pero, porqué estaba ahí bebiendo tanto? Eso me hacía un poco de ruido.
Esa noche cuando llegué a casa, donde nadie me esperaba, me lamenté de no volver a casarme, después del fallido y lamentable matrimonio que años atrás había tenido. Aquella mujer me había enloquecido con sus histerias, y ahora, bueno, a los 65 años me haría falta una buena mujer para compartir estas horas, también me lamenté por no saber lo que es tener hijos a quien amar.
El lunes volvió Javier, el misterioso, y esta vez él sacó charla, se ve que tenía ganas de contar algo. Quizá algo de su perfecta vida y fabuloso trabajo... me preguntó por mí, por supuesto, aunque simplemente le dije mi nombre y le conté que soy dueño del bar hace mucho tiempo. Luego él siguió hablando, ya su vida me parecía un tanto… superficial Le pregunté “¿Nunca le pasó nada doloroso que me quiera contar?” a ver si le movía un poco el avispero. Pero no, nada.
Pasaron semanas, y cambió los martinis por mi invitación a cerveza y maní. De a poco iba soltando algún dato que otro y ya nos sentábamos en una mesa a charlar y dejamos la barra para que los borrachos cotidianos ocuparan sus lugares. Cada noche iba notando que sus ojos hablaban de algo que de su boca no salía. Sus palabras narraban sobre historias divertidas, sus ojos sobre un dolor y una tristeza ocultos en la profundidad. Supuse que podría ser una idea mía, no era psicólogo para saber si la sensación era sobre mis frustraciones, o si realmente a ese hombre le estaba ocurriendo algo oscuro en su vida.
Hasta que llegó el momento en que me dijo “Llevo 18 años casado, 18 lamentables años” y luego se rió nervioso. Me dijo que su esposa Ruby, era tan bella como la mismísima Marilyn, y sus hijos, maravillosos. “Sí, tengo una hermosa familia” Se tomó el chop de un solo trago y esa noche no habló más.
Lo que me preocupaba de Javier, es que salía de mi bar siempre en un estado de casi inconsciencia y más de una vez lo acompañé, cruzamos la calle hasta la puerta de su casa. Tomaba alcohol como si fuese agua para alguien que está en un desierto.
Me carcomía la mente saber ¿Si su vida era tan perfecta… Qué había detrás de esos ojos tristes y bondadosos? ¿En qué tipo de oscuridad vivía para que quiera ahogarse en alcohol?
Un día bromeando pregunté –ya que teníamos confianza— “¿Nunca te ha pasado nada trágico verdad?” Riéndome. No me contestó. Esa noche tomó hasta reventar como siempre, me pagó y cruzó en silencio hasta su casa.
No apareció por mi cantina por casi 2 semanas y una madrugada al cerrar, me lo crucé sentado en una de las esquinas de nuestro barrio de Almagro. Se veía abatido, sus ojos estaban vidriosos, llorosos, nunca lo había visto desalineado…
—¿Javier, estás bien? —Le pregunté. —¿Te pasó algo?
Me miró en silencio, por lo visto estaba sobrio, nervioso pero sobrio.
—¿Pasó algo en tu casa? ¿Están todos bien?— Insistí.
—Ese es el problema… —comenzó hablando casi sin voz— mi esposa… discúlpame, pero no quiero hablar de ese tema ahora, tal vez mañana.
Lo acompañé a su casa en silencio, sentí que lo mejor era dejarlo tranquilo.
Al otro día apareció en el bar y se sentó en una mesa, frente a una ventana que daba a su casa. Esperé unos instantes y me acerqué con un par de whiskies.
—Javier, si querés podés contarme, queda acá, entre vos y yo
Ahí, entre nosotros, me fui enterando:
—Mi esposa tiene algún problema, siempre me maltrató –bajó la vista como avergonzado—, me golpea, sí, me golpea con lo que tiene a mano, así, sin que pase nada raro, siempre fue así, no puede evitarlo. Es una prisionera de sus impulsos...
No dije nada, guardé un silencio respetuoso, pero le hice sentir que estaba ahí, que podía contar conmigo. Le hice una seña a mi empleado para que nos traiga la jarra de agua, esto era para la jarra de agua porque el alcohol nos iba a alejar de la oportunidad de que esa oscuridad deje de serlo.
—Cuando hago algo que no le gusta —continuó, movía sus manos como buscando explicación—, me golpea en la espalda, así, de la nada, como a un perro. Recuerdo que cuando éramos novios nos acompañábamos y apoyábamos, se convirtió en otra cosa y no sé… ahora es esto... creo que yo la dejé llegar a esto.
Lo escuchaba con mi corazón, toda mi atención era para él. Mientras contaba parecía que iba envejeciendo y continuó "Intenté no darle importancia porque no quería perderla"
Sentí que debía decirle algo de mi historia, sobre la relación que tenía con mi ex esposa, y le conté que ella un día entró en ese circuito nefasto de agredir, primero con palabras, luego también en lo físico. Que busqué ayuda, intentamos con psicólogos, ella no podía evitarlo, pero yo sí, y decidí separarme, comenzar de vuelta, en paz. Le conté que me costó pero pude salir adelante. También le comenté que ella había caído en el alcohol, y que eso no ayuda a encontrar la salida.
—Javier, acá estoy, si necesitás ayuda, la buscamos, hay gente que estudió la manera de salir de esto, tenés que salir de esto.— Me apretó las manos con tanta fuerza que me dejó los dedos marcados. Y se fue a la casa, consciente y caminando en línea recta.
Pocos días después, el hombre pidió el divorcio, por supuesto la mujer puso alguna resistencia, pero parecía que alguna neurona todavía le funcionaba y aceptó y se fue a vivir con una amiga. Me enteré que los hijos decidieron quedarse ahí con él y ayudar a su madre con algún tratamiento.
Y aquí, mis amigos, ahora, puedo decirles, que esta historia que les he contado, abrió tanto mis ojos y mi corazón que parecía dormido, que pude encontrar en mi propia soledad que parecía inútil, la manera de que alguien pueda encontrarse con su propia vida y sus hijos. La mujer está mejor, y Javier, Javier, viene con sus hijos a tomarse un café o un submarino y disfrutan de esos momentos únicos e irrepetibles.
Lila Lacazette
Yamile Cordova
Ariana Carusi