El otro lugar
Ya habían
pasado cuatro horas y todavía no llegábamos. La casa quedaba en un pueblito al
sur de la provincia, alejado de todo lo conocido. Mi tía abuela nos la dejó
luego de su muerte, ya que, luego de diez años
sin ver a su hija, no tenía a nadie más que mi mamá. La pobre venía a la
Capital todos los años para visitarnos y siempre traía regalos, pero nosotros
nunca hacíamos el esfuerzo en ir.
Nunca pensé
que iríamos a vivir ahí, pero según mi papá el trabajo no estaba yendo muy bien
y “un cambio de aire” no le viene mal a nadie.
Tres paquetes
de galletitas y un dolor terrible de cabeza después, llegamos a la casa. Era
una casa mediana pero aun así resultaba más grande de las que la rodeaban. La
pintura, de un celeste horrible, dejaba ver el paso de los años. Todos nos quedamos viéndola.
—Bueno, con
una mano de pintura se arregla todo.—Luego de decir esto, papá entró seguido de
mamá.
Mi hermano y
yo intercambiamos unas miradas y después entramos.
Apenas
cruzamos la puerta nos inundó un olor a humedad y a naftalina. Fuera eso no
estaba nada mal, en el recibidor se encontraba la escalera, al fondo la puerta
de la cocina, a la derecha un comedor
que se comunicaba con ésta y a la izquierda el living. Subí rápido las escaleras
y busqué la mejor habitación, me acomodé en una que daba al patio de atrás.
Ya tarde y
cansada salí al pasillo para ir al baño cuando en el rincón vi una escalera
apoyada contra la pared, estaba iluminada con una luz que venía del techo. Al
acercarme vi que subía a un altillo, ahí estaba mi mamá dejando algunas de
las cajas que habíamos traído con objetos que hacía tiempo que no usábamos. El
lugar estaba desordenado repleto con cosas de la tía.
—Mañana me
vas a ayudar a limpiar y ordenar esto, hay un montón de cosas que hay que tirar.
Ahora es tarde, hay que dormir.
Al día
siguiente encontré entre cajas un cuadro envuelto en sábanas viejas, al
sacarlas cayó un sobre en el que tenía escrito un nombre, Antonio, adentro
tenía una carta escrita por la tía. Decía cuánto lo amaba y que nunca lo había
dejado de amar. Dejé a un lado la carta y miré el cuadro. Tenía pintada una
casita en medio de un campo, rodeada de un lago, iluminado por el sol, en la
entrada tenia pintada la figura de un hombre. Era un cuadro simple, pero
transmitía paz y calidez. Pasé la mano sobre él y sentí las pinceladas bajo mis
dedos, pinceladas vagas que poco a poco daban forma al paisaje.
Tantas horas
de estar ahí entre el polvo debió afectarme porque empecé a ver al hombrecito
hacer un gesto que me invitaba a entrar. Cerré los ojos y los volví a abrir, un
resplandor me cegó, tardé en acostumbrarme a la luz y en ver que a mi alrededor
ya no había cajas y polvo sino pasto y agua.
—¡Al fin!
Después de tantos años de espera, pensé que este día no llegaría.
De un salto
di media vuelta y me encontré con un hombre, tenía puesto una de esas camisas
blancas y holgadas de otra época.
Quedé
paralizada, después de unos minutos me di cuenta de que estaba en el cuadro, o
al menos parecía eso. La casa, el cielo, el lago, el hombre. Definitivamente
estaba dentro de la pintura.
—Disculpe que
la sorprenda así, señorita. ¿Se encuentra usted bien?
Me quedé
mirándolo sin poder reaccionar.
— Déjeme presentarme, mi nombre es Antonio
Bollini. Me vino a la mente la carta.
— Estoy
buscando a una mujer, dígame ¿usted conoce a Victoria?
—¿Se refiere
a mi tía?
—¡Oh, la
conoces! ¡Llévame con ella, por favor! Tengo que disculparme, tengo que decirle
cuánto lo siento. Dime dónde está.
El
hombre se había alterado.
—Emm, no puedo hacerlo. Ella murió hace tres meses.
Luego de decirle esto, su mirada se perdió en el horizonte. Se sentó en
el pasto y estuvo así un buen rato.
—¿Mi tía
estuvo acá?
— Cada tarde
venía, hasta que lo arruiné todo.
—¿Por qué lo dice?
—No era
suficiente para mí, la necesitaba día y noche. Quería que se quedara para
siempre. Le insistía pero ella me decía que esta no era su realidad, que tenía
que vivir en su mundo. Me enojé y le dije entonces que se fuera, que no la
quería ver nunca más. Luego de ésto, no la vi más. No me perdono por lo que
hice, y ahora nunca podré decirle cuanto lo siento. —Estaba devastado.
—Pero si ella
podía entrar y salir ¿Por qué no fue tras ella?
—No puedo.
Estoy anclado a esta pintura, mi creador me puso aquí por algo y aquí me tengo
que quedar.
De golpe me
acordé de la carta.
—¿Me puede
decir como vuelvo a mi mundo?
Después de
darme las indicaciones, abrí la puerta de la verja que se encontraba delante de
la casa y caí en el piso duro y sucio del altillo. Busqué la carta y sin saber
qué estaba haciendo toqué otra vez el cuadro. Antonio seguía en el mismo lugar.
Encontré esto
envuelto con el cuadro. Léala.
Antonio la
leyó, al terminar asomo una sonrisa en su rostro y lloró.
—Gracias por traérmela—
Se paró del suelo y comenzó a andar para sentarse de vuelta en la silla.
Constanza Mastricchio
No hay comentarios:
Publicar un comentario