martes, 26 de agosto de 2014

A no olvidar...


Creaciones 2

El otro lugar

Ya habían pasado cuatro horas y todavía no llegábamos. La casa quedaba en un pueblito al sur de la provincia, alejado de todo lo conocido. Mi tía abuela nos la dejó luego de su muerte, ya que, luego de diez años   sin ver a su hija, no tenía a nadie más que mi mamá. La pobre venía a la Capital todos los años para visitarnos y siempre traía regalos, pero nosotros nunca hacíamos el esfuerzo en ir.
Nunca pensé que iríamos a vivir ahí, pero según mi papá el trabajo no estaba yendo muy bien y “un cambio de aire” no le viene mal a nadie.
Tres paquetes de galletitas y un dolor terrible de cabeza después, llegamos a la casa. Era una casa mediana pero aun así resultaba más grande de las que la rodeaban. La pintura, de un celeste horrible, dejaba ver el paso de los años. Todos nos  quedamos viéndola.
—Bueno, con una mano de pintura se arregla todo.—Luego de decir esto, papá entró seguido de mamá.
Mi hermano y yo intercambiamos unas miradas y después entramos.
Apenas cruzamos la puerta nos inundó un olor a humedad y a naftalina. Fuera eso no estaba nada mal, en el recibidor se encontraba la escalera, al fondo la puerta de la cocina,  a la derecha un comedor que se comunicaba con ésta y a la izquierda el living. Subí rápido las escaleras y busqué la mejor habitación, me acomodé en una que daba al patio de atrás.
Ya tarde y cansada salí al pasillo para ir al baño cuando en el rincón vi una escalera apoyada contra la pared, estaba iluminada con una luz que venía del techo. Al acercarme vi que subía a  un altillo, ahí estaba mi mamá dejando algunas de las cajas que habíamos traído con objetos que hacía tiempo que no usábamos. El lugar estaba desordenado repleto con cosas de la tía.
—Mañana me vas a ayudar a limpiar y ordenar esto, hay un montón de cosas que hay que tirar. Ahora es tarde, hay que dormir.

Al día siguiente encontré entre cajas un cuadro envuelto en sábanas viejas, al sacarlas cayó un sobre en el que tenía escrito un nombre, Antonio, adentro tenía una carta escrita por la tía. Decía cuánto lo amaba y que nunca lo había dejado de amar. Dejé a un lado la carta y miré el cuadro. Tenía pintada una casita en medio de un campo, rodeada de un lago, iluminado por el sol, en la entrada tenia pintada la figura de un hombre. Era un cuadro simple, pero transmitía paz y calidez. Pasé la mano sobre él y sentí las pinceladas bajo mis dedos, pinceladas vagas que poco a poco daban forma al paisaje.
Tantas horas de estar ahí entre el polvo debió afectarme porque empecé a ver al hombrecito hacer un gesto que me invitaba a entrar. Cerré los ojos y los volví a abrir, un resplandor me cegó, tardé en acostumbrarme a la luz y en ver que a mi alrededor ya no había cajas y polvo sino pasto y agua.
—¡Al fin! Después de tantos años de espera, pensé que este día no llegaría.
De un salto di media vuelta y me encontré con un hombre, tenía puesto una de esas camisas blancas y holgadas de otra época.
Quedé paralizada, después de unos minutos me di cuenta de que estaba en el cuadro, o al menos parecía eso. La casa, el cielo, el lago, el hombre. Definitivamente estaba dentro de la pintura.
—Disculpe que la sorprenda así, señorita. ¿Se encuentra usted bien?
Me quedé mirándolo sin poder reaccionar.
 — Déjeme presentarme, mi nombre es Antonio Bollini. Me vino a la mente la carta.
— Estoy buscando a una mujer, dígame ¿usted conoce a Victoria?
—¿Se refiere a mi tía?
—¡Oh, la conoces! ¡Llévame con ella, por favor! Tengo que disculparme, tengo que decirle cuánto lo siento. Dime dónde está.
El hombre se había alterado.
—Emm,  no puedo hacerlo. Ella murió hace tres meses.
   Luego de decirle esto, su mirada se perdió en el horizonte. Se sentó en el pasto y estuvo así un buen rato.
—¿Mi tía estuvo acá?
— Cada tarde venía, hasta que lo arruiné todo.
       —¿Por qué lo dice?
—No era suficiente para mí, la necesitaba día y noche. Quería que se quedara para siempre. Le insistía pero ella me decía que esta no era su realidad, que tenía que vivir en su mundo. Me enojé y le dije entonces que se fuera, que no la quería ver nunca más. Luego de ésto, no la vi más. No me perdono por lo que hice, y ahora nunca podré decirle cuanto lo siento. —Estaba devastado.
—Pero si ella podía entrar y salir ¿Por qué no fue tras ella?
—No puedo. Estoy anclado a esta pintura, mi creador me puso aquí por algo y aquí me tengo que quedar.
De golpe me acordé de la carta.
—¿Me puede decir como vuelvo a mi mundo?
Después de darme las indicaciones, abrí la puerta de la verja que se encontraba delante de la casa y caí en el piso duro y sucio del altillo. Busqué la carta y sin saber qué estaba haciendo toqué otra vez el cuadro. Antonio seguía en el mismo lugar.
Encontré esto envuelto con el cuadro. Léala.
Antonio la leyó, al terminar asomo una sonrisa en su rostro y lloró.
—Gracias por traérmela— Se paró del suelo y comenzó a andar para sentarse de vuelta en la silla.


                                                                  Constanza Mastricchio

Creaciones 1


La cantina de José
Mi nombre es José, soy dueño de una cantina en Almagro. Y si me lo permiten, les voy a contar una historia, podríamos decir, dolorosa, pero quien no tiene una historia dolorosa para contar.
Uno de mis clientes, Javier, desde hacía tiempo venía a la cantina a tomar hasta no poder. Su casa, una hermosa mansión, está ubicada justo acá enfrente. Debo decirles que siempre me pareció un hombre misterioso, y de él solamente sabía su nombre y que tenía una familia… Me resultaba extraño verlo por mi cantina tres veces por semana y sin compañía. No era como el resto de los borrachos que pasan por aquí todos los días a tomar de los tragos más baratos. Se quedaban en la barra unas cuantas horas “Dale, servime otro, el último y me voy” decían repitiendo siempre el último del último para luego irse desalineados. Javier siempre se aparecía con su saco y corbata, se pedía unos cuantos martinis y luego de un par de horas se iba.
Un miércoles lluvioso, me arrimé a hablarle aprovechando que en la radio no había nada interesante para escuchar y tampoco tenía mucho para hacer. Se dio también que había poca clientela y mi empleado se encargaba de atenderlos. “Servime otro, como hace tu jefe, hasta arriba, sin cuello!” le decían con los ojos brillosos y soñadores a mi empleado. A Javier le invité un trago y le pregunté cómo le iba en la vida. Me contó que es escribano y que no podía quejarse de su posición, le va muy bien. Y fue agregando sobre su esposa e hijos y todo sonaba demasiado ideal. Parecía un hombre realizado y con una vida plena. ¿Pero, porqué estaba ahí bebiendo tanto? Eso me hacía un poco de ruido.
Esa noche cuando llegué a casa, donde nadie me esperaba, me lamenté de no volver a casarme, después del fallido y lamentable matrimonio que años atrás había tenido. Aquella mujer me había enloquecido con sus histerias, y ahora, bueno, a los 65 años me haría falta una buena mujer para compartir estas horas, también me lamenté por no saber lo que es tener hijos a quien amar.
El lunes volvió Javier, el misterioso, y esta vez él sacó charla, se ve que tenía ganas de contar algo. Quizá algo de su perfecta vida y fabuloso trabajo... me preguntó por mí, por supuesto, aunque simplemente le dije mi nombre y le conté que soy dueño del bar hace mucho tiempo. Luego él siguió hablando, ya su vida me parecía un tanto… superficial Le pregunté “¿Nunca le pasó nada doloroso que me quiera contar?” a ver si le movía un poco el avispero. Pero no, nada.
Pasaron semanas, y cambió los martinis por mi invitación a cerveza y maní. De a poco iba soltando algún dato que otro y ya nos sentábamos en una mesa a charlar y dejamos la barra para que los borrachos cotidianos ocuparan sus lugares. Cada noche iba notando que sus ojos hablaban de algo que de su boca no salía. Sus palabras narraban sobre historias divertidas, sus ojos sobre un dolor y una tristeza ocultos en la profundidad. Supuse que podría ser una idea mía, no era psicólogo para saber si la sensación era sobre mis frustraciones, o si realmente a ese hombre le estaba ocurriendo algo oscuro en su vida.
Hasta que llegó el momento en que me dijo “Llevo 18 años casado, 18 lamentables años” y luego se rió nervioso. Me dijo que su esposa Ruby, era tan bella como la mismísima Marilyn, y sus hijos, maravillosos. “Sí, tengo una hermosa familia” Se tomó el chop de un solo trago y esa noche no habló más.
Lo que me preocupaba de Javier, es que salía de mi bar siempre en un estado de casi inconsciencia y más de una vez lo acompañé, cruzamos la calle hasta la puerta de su casa. Tomaba alcohol como si fuese agua para alguien que está en un desierto.
Me carcomía la mente saber ¿Si su vida era tan perfecta… Qué había detrás de esos ojos tristes y bondadosos? ¿En qué tipo de oscuridad vivía para que quiera ahogarse en alcohol?
Un día bromeando pregunté –ya que teníamos confianza— “¿Nunca te ha pasado nada trágico verdad?” Riéndome. No me contestó. Esa noche tomó hasta reventar como siempre, me pagó y cruzó en silencio hasta su casa.
No apareció por mi cantina por casi 2 semanas y una madrugada al cerrar, me lo crucé sentado en una de las esquinas de nuestro barrio de Almagro. Se veía abatido, sus ojos estaban vidriosos, llorosos, nunca lo había visto desalineado…
—¿Javier, estás bien? —Le pregunté. —¿Te pasó algo?
Me miró en silencio, por lo visto estaba sobrio, nervioso pero sobrio.
—¿Pasó algo en tu casa? ¿Están todos bien?— Insistí.
—Ese es el problema… —comenzó hablando casi sin voz—  mi esposa… discúlpame, pero no quiero hablar de ese tema ahora, tal vez mañana.
Lo acompañé a su casa en silencio, sentí que lo mejor era dejarlo tranquilo.
Al otro día apareció en el bar y se sentó en una mesa, frente a una ventana que daba a su casa. Esperé unos instantes y me acerqué con un par de whiskies.
—Javier, si querés podés contarme, queda acá, entre vos y yo
Ahí, entre nosotros, me fui enterando:
—Mi esposa tiene algún problema, siempre me maltrató –bajó la vista como avergonzado—, me golpea, sí, me golpea con lo que tiene a mano, así, sin que pase nada raro, siempre fue así, no puede evitarlo. Es una prisionera de sus impulsos...
No dije nada, guardé un silencio respetuoso, pero le hice sentir que estaba ahí, que podía contar conmigo. Le hice una seña a mi empleado para que nos traiga la jarra de agua, esto era para la jarra de agua porque el alcohol nos iba a alejar de la oportunidad de que esa oscuridad deje de serlo.
—Cuando hago algo que no le gusta —continuó, movía sus manos como buscando explicación—, me golpea en la espalda, así, de la nada, como a un perro. Recuerdo que cuando éramos novios nos acompañábamos y apoyábamos, se convirtió en otra cosa y no sé… ahora es esto... creo que yo la dejé llegar a esto.
Lo escuchaba con mi corazón, toda mi atención era para él. Mientras contaba parecía que iba envejeciendo y continuó "Intenté no darle importancia porque no quería perderla"
Sentí que debía decirle algo de mi historia, sobre la relación que tenía con mi ex esposa, y le conté que ella un día entró en ese circuito nefasto de agredir, primero con palabras, luego también en lo físico. Que busqué ayuda, intentamos con psicólogos, ella no podía evitarlo, pero yo sí, y decidí separarme, comenzar de vuelta, en paz. Le conté que me costó pero pude salir adelante. También le comenté que ella había caído en el alcohol, y que eso no ayuda a encontrar la salida.
—Javier, acá estoy, si necesitás ayuda, la buscamos, hay gente que estudió la manera de salir de esto, tenés que salir de esto.— Me apretó las manos con tanta fuerza que me dejó los dedos marcados. Y se fue a la casa, consciente y caminando en línea recta.
Pocos días después, el hombre pidió el divorcio, por supuesto la mujer puso alguna resistencia, pero parecía que alguna neurona todavía le funcionaba y aceptó y se fue a vivir con una amiga. Me enteré que los hijos decidieron quedarse ahí con él y ayudar a su madre con algún tratamiento.
Y aquí, mis amigos, ahora, puedo decirles, que esta historia que les he contado, abrió tanto mis ojos y mi corazón que parecía dormido, que pude encontrar en mi propia soledad que parecía inútil, la manera de que alguien pueda encontrarse con su propia vida y sus hijos. La mujer está mejor, y Javier, Javier, viene con sus hijos a tomarse un café o un submarino y disfrutan de esos momentos únicos e irrepetibles.

Lila Lacazette
Yamile Cordova
Ariana Carusi

lunes, 18 de agosto de 2014

La memoria amenzada. TP: argumentación y 1984

En este trabajo nos proponemos analizar un texto argumentativo, a la vez que vinculamos la novela que estamos viendo (1984) con situaciones históricas reales.
Por eso vamos a leer un texto del teórico Tzevan Todorov donde analiza cómo los gobiernos totalitarios se relacionan con la memoria. Es la introducción a su libro Los abusos de la memoria. Les aviso: el texto no habla en algún momento de 1984. Sin embargo, ya sabemos que esta novela es una sátira y que toda sátira se basa en una situación tomada de la realidad. Nosotros haremos las relaciones entre esos hechos de los que habla Todorov y la novela.
Pero Todorov no solo cuenta situaciones reales, sino que da datos de la realidad para demostrar algunas ideas. El trabajo de ustedes también consiste en ver qué quiere demostrar y cómo lo hace.

 Abran el siguiente link. Encontrarán un texto que deben leer y, a continuación, una guía de análisis. Contestarla de a dos.


Fecha de entrega: se reciben trabajos hasta el martes 25/8